junio 11, 2012

Esclavo


Hace unas semanas, el congresista Jaime Delgado presentó un proyecto de ley cuyo principal objetivo es la regulación de publicidad de comida chatarra en televisión en el horario de protección al menor, con el fin de evitar niños adictos a la comida 'hiperprocesada'. ¿Ayudará del todo?






Los jugos de naranja no tienen naranja. Los cereales de cuarenta céntimos son azúcar purita, purita. Los palitos de maíz son tan inflamables como el papel, y eso no les quita lo delicioso. Las hamburguesas con mucha mostaza calman cualquier hambre, una gaseosa de cola es el mejor complemento, porque juntas aumentan el colesterol. Las papas fritas en bolsa traen muñequitos, tatuajes y, también, cáncer. Los obesos en Perú son demasiados, casi un cincuenta por ciento. Lucas es uno de ellos.
Lucas estudia en un colegio del centro de Lima, en uno de los emblemáticos. Tiene diez años. Sus padres son separados. Vive con su madre, aunque en realidad, solo cena con ella. Su padre tiene otra familia con hijos mayores que Lucas. El señor cumple con la manutención del chico y lo visita una vez al mes. Lucas lo respeta muy poco. La señora trabaja como secretaria en una empresa manufacturera y a pesar de que lo que le da el papá de Lucas le basta y sobra para vivir bien, tiene que darse sus gustos, dice. El muchachito, a pesar de tener diez años, pesa casi cincuenta kilos. Sus calificaciones en la escuela son malas y su conducta no es la mejor.
A las siete de la mañana, al levantarse, toma su desayuno él solo, su madre sale temprano a trabajar. Todos los días se prepara café y pan con mantequilla. La señora le deja tres soles en la mesa para que compre su lonchera en el colegio. Lucas va a la escuela y en hora de recreo compra una hamburguesa de carne con mucha mayonesa (al menos, eso es lo que le dicen que es) y una gaseosa negra. Con la moneda que le queda escoge entre papas fritas y palitos de queso-mantequilla. Regresa a casa y calienta el arroz que su madre dejó preparado. Tuvo que aprender a la fuerza a hacerlo. Se fríe un huevo o una hamburguesa de pollo con la marca de un supermercado y listo, el almuerzo.
En la tarde, prefiere pasar horas con la consola de videojuegos que le regaló su papá que hacer sus tareas escolares. Acompañan su labor un tazón de papas fritas y una gaseosa de limón. Se aburré de jugar y comienza a ver televisión. Los canales de dibujos animados son sus favoritos. Estos canales son auspiciados por grandes transnacionales de alimentos. La publicidad de golosinas es inmensa. Lucas ama verlas, se divierte viendo comerciales de snacks, siempre piensa en comprarlos al día siguiente en el recreo. Reniega que su mamá solo le dé tres soles.
En la noche, la señora llega con comida para la cena. Un día, chifa; otro, pollo a la brasa; otro día, pizza. Para Lucas es divertido pensar en adivinar que traerá mamá ese día. Él prefiera la pizza, porque el queso le encanta y siempre viene con un muñequito.
Esa es la rutina de Lucas, una vida muy poco sana: sin actividad física importante. Comiendo, pero no nutriéndose. La ‘comida hiperproducida’ lo ha hecho su esclavo. No hay día que no coma snacks, no hay día que no tome gaseosas, no hay día que no juegue con la bendita consola. Pesa casi cincuenta kilos, lo que provoca burlas por parte de sus compañeros. Eso hace que desarrolle una mala conducta y sus notas lo reflejan. La poca atención de una madre que trabaja tanto a pesar de no necesitarlo es un factor importante en los problemas de Lucas.
Un congresista propuso hace poco un proyecto de ley, que entre otras cosas, pretende regular la inmensa publicidad de golosinas y otras comidas chatarras en el horario de protección al menor. La propuesta no ha sido bien recibida. El proyecto incluye exigir a las empresas colocar etiquetas en sus productos que certifique que contiene altas dosis de azúcar o grasas trans, además de prohibir la venta de jugos, hamburguesas y snacks en las escuelas. Eso sería terrible para Lucas, él odia las frutas. Sería terrible para su mamá, no tendría qué darle a su hijo para el recreo, ni loca se pondría a prepararle algo antes de irse, el trabajo es primero para ella, además odia cocinar, apenas aguanta prepararle el arroz para el almuerzo.
El último viernes, el teléfono de la empresa en la que trabaja la señora sonó, la llamada venía del colegio de Lucas. Las lágrimas fueron insostenibles. La señora estaba desesperada. Lucas había sufrido un coma diabético, raro para su edad, pero comprensible por el alto nivel de azúcar que tiene en la sangre. Además, su sobrepeso ocasionaba problemas cardíacos, por lo que la cosa era más complicada de lo que parecía.
Lucas permanece internado en el hospital. Su madre lo acompaña, ha pedido permiso en el trabajo, pero renunciar parece ser una decisión tomada. El papá se hizo presente con algo de dinero, luego se fue. La señora no sabe cómo pedirle que se quede.
No es tarde para pensar en que no solo las empresas y su avalancha de publicidad tienen la culpa de los problemas de salud a los que niños y adultos están expuestos, una vida sana y un poco de atención y control familiar son de gran ayuda. Lucas es esclavo de la chatarra y la publicidad, pero también de la soledad.

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