septiembre 05, 2012

La televisión peruana, la educación y la formación de una identidad nacional


1868. Una de las primeras medidas promovidas por el emperador Meiji, que cambió la vida de los japoneses, fue la revolución educativa. La educación primaria tenía que ser obligatoria, la intención era crear ciudadanos leales al emperador, pero sobre todo a su patria. El plan de estudios incluía matemáticas, lectura y escritura, composición, caligrafía japonesa, historia de Japón, geografía, ciencia, dibujo, canto y educación física, pero era el curso de educación moral el más importante, en el que se buscaba crear japoneses patriotas a carta cabal. Por otro lado, en las Universidades Imperiales, fundadas por Meiji, se buscaba crear ciudadanos decididos que contribuyan a la modernización del país.
Cómo vemos, una buena educación es el factor más importante en la evolución de un país. Más importante que aprender a preparar un buen cebiche es comprender la situación en la que se encuentra el sector educativo del Perú. Estudios internacionales indican que gran porcentaje de niños peruanos no comprenden lo que leen. Sin embargo, sin necesidad de estudios sabemos qué si se les pregunta a niños de diez años quién fue Miguel Grau, muchos dudarán de su respuesta, sucederá todo lo contrario si la pregunta responde a quienes son Paolo Guerrero o Joel Gonzales.

“que los niños sean capaces de recordar el nombre y las características de cientos de muñecos de Pokemón, pero sólo pueden retener el nombre de un par de ríos en el mundo es un claro indicador de que algo en la educación tradicional está fallando” [1]

Pero entendamos algo, la televisión es un medio con el cual convivimos desde hace décadas y qué nos sirve para mantenernos informados, entretenernos y aunque muchos lo nieguen, también para educarnos. Pero, el problema radica en el poco interés que muestran los grandes grupos televisivos de nuestro país por cumplir esta función. Claro, la Constitución de 1993, avala esa actitud. Según nuestra actual Carta Magna, los medios de comunicación trabajan como empresas y su función principal es el de entretener. Entonces, pedirle a la televisión que nos eduque ayudándonos a formar una identidad nacional es cómo pedirle a una empresa de galletas que nos venda betún.
Pero, desde la llegada de la televisión a nuestro país, el novedoso sistema se convirtió en objeto de deseo para los grupos de poder y sujeto de sospecha para el sector educativo. Se tenía que aprovechar el poderoso nuevo medio de comunicación para llegar a donde el Estado no podía ni quería llegar. Fue así que los contenidos informativos y propagandísticos antecedieron al entretenimiento lúdico, hoy requisito ineluctable asociado al éxito comercial de los programas. Resulta anecdótico recordar que las primeras transmisiones ocurridas en 1958 hayan sido hechas desde la sede del Ministerio de Educación. Esta paradoja se inscribe en una tensa y ambigua relación, casi de amor-odio, que han sostenido desde siempre la televisión y la educación en la pantalla nacional.

Curiosas determinaciones
Es fácil para cualquiera decir que lo que busca en televisión es encontrar programas de calidad que promuevan la cultura. Decir que vemos documentales sobre las serpientes en Animal Planet o que somos seguidores del programa de Marco Aurelio Denegri nos ubica en un hipócrita estatus de televidentes responsables. Por otro lado, cuesta demasiado admitir que vemos el programa de chismes de farándula de Magaly Medina, que -“inexplicablemente”- es uno de los más vistos desde hace más de 15 años.
Cada vez que se ven encuestas sobre preferencias televisivas o deficiencias de la televisión nacional, se observa un deseo por los programas culturales. Pero, en Perú hay programas culturales en televisión del Estado, todos con baja sintonía. Entonces ¿por qué nos quejan de televisión basura cuando a la de temática cultural no le toman la mínima importancia? Parece que la publicidad juega acá su papel más importante.

“Los medios de comunicación en general y la televisión en particular les permitieron a las masas urbanas acceder a un consumo que llena su tiempo libre, ‘enseñándoles’ muchas cosas, proporcionándoles referentes para la conversación cotidiana, así como fruición a través de estéticas y relatos efectistas, facilistas, superficiales e inmediatos, muy distantes de la oferta cultural para las élites”. [2]

Entonces, cómo hacer para que la televisión de nuestros tiempos deje de llenarnos su programación de programas ‘basura’ y pueda experimentar promoviendo la cultura, que dejen de creer que trasmitiendo documentales de la National Geographic cumplen su cuota de educación. Pueden aprender a educar desde un programa concurso o una serie de televisión, pero caen en el juego del dinero y la publicidad y toda buena intención de buena televisión se queda en eso, meras intenciones.

Nuestros programas
Los diferentes programas de nuestra televisión se han acostumbrado a cumplir ciertas características. Han buscado entretener a su público, la mayoría de ellos ha perdido la identidad nacional, basándose en formatos extranjeros de televisión, estereotipos y toneladas de publicidad.
Por un lado están los programas cómicos nacionales, la gran mayoría apelaron y apelan a jugar con temas fáciles, con los que de alguna manera logran identificarse con muchos televidentes y así hacerlos reír con chistes baratos y poco pensados, mezclado con bofetadas y llegar así al corazón del pueblo.
La mayoría de los actores cómicos de nuestra televisión no provienen de escuelas o talleres de teatro, simplemente fueron “descubiertos por algún compadre a la vuelta de la esquina”[3], por Augusto Ferrando u otro caudillo del humor. Otra de los errores que cometen es la excesiva presencia de vedettes y bailarinas (no conozco al diferencia, pero así se aplica) con poco talento para la actuación y el recurrente travestismo y bromas sobre homosexualidad.
El machismo, la infidelidad, el subempleo y la discriminación son los temas más recurrentes en los programas populares de humor. Otros, como el de Carlos Álvarez, trabajan principalmente con temas políticos, pero cae la mayoría de veces en el mismo modelo de los anteriores. A diferencia de este último, ningún otro programa busca crear en sus televidentes una crítica social mediante el humor. Se conforman con ser vistos y publicitar cerveza y discotecas.
Por otro lado, están las series y novelas, géneros que en nuestro país se han trabajado mucho, que no es igual a haberse trabajado bien. El problema central es que muy pocas producciones representan en sus ficciones la realidad nacional. Muchas escapan del ambiente peruano y se inspiran en producciones norteamericanas o mexicanas, incluso en los últimos años se han producido remakes de historias extranjeras. Además, juegan con historias ya armadas, como el de la Cenicienta o La Bella y la Bestia.
Por una parte están las telenovelas juveniles, como Carmín y La AKdemia, las cuales plasman una realidad superflua y clasista. Estas historias muestran a jóvenes materialistas y a los que poco les importa el trabajo y la vida futura. Proyectan una ideología poco compartida por la mayoría de los peruanos. Una situación cliché es la presencia de una muchacha de ‘clase baja’ en una escuela de millonarios y que oculta su verdadera realidad.
Una telenovela que hizo un intento respetable de mostrar la realidad nacional en televisión fue Los de Arriba y los de Abajo. Rompió con lo mostrado antes, los escenarios y personajes representaban varios aspectos originales de la sociedad de la década del 90. La historia se centraba en un melodramático cuadrado amoroso de dos muchachos de clase alta y otros dos de clase media baja. Además, existían personajes como el provinciano superado, la provinciana exitosa, el rico despilfarrador, etc. La telenovela no cae en la famosa “resistencia[4]” que indica Jesús Martín Barbero en uno de sus libros. En la historia tomaron importancia eventos de trayectoria política y social: las estafas de CLAE, la postulación de Susy Díaz y la corrupción y despotismo en el gobierno de Fujimori.
En un momento, José Enrique Crousillat produjo telenovelas con guiones extranjeros, al parecer por indicación del gobierno de turno[5].  Luego de descubrirse los actos de corrupción de Crousillat, su hijo y la gestión de Fujimori, la productora cerró y no se volvieron a producir telenovelas con gran éxito comercial por un buen tiempo, hasta la llegada del boom de miniseries biográficas sobre folclóricas, cantantes de cumbia o futbolistas que en el momento se encontraban en su mejor momento comercial. Cómo si hoy se hiciera una miniserie sobre Paolo Guerrero o Kina. En nuestros días se están produciendo nuevas telenovelas, también con guiones extranjeros con realidades muy distintas a la nuestra.
Un caso especial es el de Al Fondo hay Sitio, serie que busca, al estilo de Los de Arriba y los de Abajo, representar la realidad social peruana con las diferencias de clase, pero cae en el uso de estereotipos y en la comedia barata, dejando de lado aquel primer propósito. Tiene rotundo éxito en la pantalla peruana y propone, queriéndolo o no, un “aprendizaje de roles sociales y la fijación de niveles de aspiraciones personales, vale decir, de comportamientos que sirvan de modelos imitables”[6] gracias a cómo los televidentes se identifican con los personajes.
Otros tipos de producciones fueron los programas concurso y de entretenimiento conducidos por personajes como Augusto Ferrando y su particular estilo para burlarse y humillar a los peruanos de clase baja en el desaparecido Trampolín a la fama; Laura Bozzo con un estilo parecido, pero en formato talk-show; Gisela Valcárcel y Magaly Medina en el chisme y la habladuría; y Raúl Romero y los chicos de Combate con su remedos de programas extranjeros, con los cuales relegan a las propuestas culturales de la televisión del Estado.

Velasco, un intento
Con el gobierno militar encabezada por Velasco Alvarado, la televisión pasó a manos del Estado. La acción fue sustentada por “razones de seguridad y por ser medios de educación masiva”.[7] 

“Por primera vez, un régimen político peruano sustentaba las potencialidades educativas de la televisión de forma explícita y argumentaba que para que esa educación sea posible, el Estado debía controlarla, tanto en su propiedad cuanto en su gestión, sus contenidos, su programación y hasta su publicidad”. [8]

La intención de Velasco era el proponer una programación educativa que eduque y fortalezca la identidad nacional, como lo hizo Meiji con Japón años atrás. El autoritarismo del presidente provocó desorganización en este aspecto, como la hubo en el Proyecto de Reforma Agraria. Todo quedó en eso, intención. Al igual que ahora, la televisión no fue pública, solo estatal, del gobierno.

Japón, interesante propuesta
En 1950, el canal de carácter público e independiente del gobierno NHK comenzó a emitir. Años después nace la primera emisora privada, JOAX-TV. Para lograr una mayor difusión se instalaron varios televisores en lugares públicos (como estaciones de tren o restaurantes), y se logró una importante popularidad del sistema.
Durante los primeros años la mayor parte de la programación de las cadenas eran programas internacionales. Pero a partir de los años sesenta comenzó a aumentar la producción propia. En la década de ochenta, más del 90% de los programas de televisión japonesa son producidos en ese país. El desarrollo del sistema propició el lanzamiento, por parte de NHK, de un segundo canal. Mientras que en el generalista emitiría informativos, cultura y programas de entretenimiento, en el segundo canal pasaría programación de carácter educacional.[ ]
Los japoneses deben pagar un impuesto anual para mantener NHK, que varía dependiendo del método de pago o del tipo de recepción de la señal, algo parecido a lo que se hace en Perú con la televisión codificada.
Japón y su programación buscan, de alguna forma, promover su cultura. Los programas no se basan en formatos extranjeros, en cambio, muchas veces venden sus formatos.

Conclusiones
Lo primero que tiene que hacer la televisión peruana es dejar de lado ese tema de la violación de la libertad de expresión y cosa parecidas, el pedirles que muestren programación de calidad y que busque representar la realidad nacional no tiene nada que ver con eso.
En los países “del primer mundo” educar es una de las funciones centrales de las televisiones públicas y un componente esencial para la dar licencias a televisoras privadas, lo que supone un marcado compromiso. En el Perú, sin embargo, a partir de la devolución de los canales y radios a sus antiguos concesionarios luego de la expropiación que hiciera en nombre del Estado el Gobierno de las Fuerzas Armadas entre 1968 y 1980, sumado a lo que dice nuestra Constitución (“los medios de comunicación son empresas…, su función es entretener) se asume que el rol educativo se vuelve deber exclusiva de los medios públicos y que los medios privados no tendrían por qué preocuparse de ese aspecto. La televisión pública peruana por su lado, no parece pública, es estatal y de gobierno, muchas veces cae solo en justificar los actos del presidente de turno cuando tiene propuestas interesantes en su programación y no los publicita como debería.

“Para tener una TV pública atractiva que “informe, inspire y eduque” y, además, desde su independencia y pluralismo contribuya a crear valores que consoliden el tejido social dándonos un sentimiento de pertenencia crítica a la sociedad de la que somos parte, son necesarias tres cosas: educar, educar y educar. Para ello la televisión tiene un papel fundamental que debería articularse armoniosamente con las instituciones educativas de la sociedad y con todos los sectores preocupados por el bienestar general, por el crecimiento intelectual de la población y por el mejoramiento de la calidad de vida, más allá de sus intereses particulares o sectoriales”.[9]

Tenemos que revalorar el papel de la televisión como medio de educación, si se le sigue tratando como un complejo aparato de anti-entrés y relajamiento, su uso se convertirá en una suerte de cadena cerrada, donde un eslabón son los malos programas; otro, los malos televidentes; otro, la publicidad; y otro, el mal concepto de educación.
A veces, como mencioné al inicio, se cree que en la televisión peruana no muestra programas culturales, cosa errónea, sí lo hace, pero no son vistos por muchos. En el canal del Estado, existen programas sobre arte, turismo, literatura, etc. que cuentan con baja sintonía, cosa contraria ocurre con los programas culturales extranjeros y nacionales de televisión codificada, los cuales cuentan con grandes auspiciadores. De este modo, hacer televisión que eduque y permita crecer en nuestra identidad tampoco tendría que entenderse como un acto de filantropía, sino como un rentable negocio con el que productores, consumidores y anunciantes, convivan felices en pos de brindar una mejor televisión.
Por otro  lado, lo que consta a producciones de ficción, se debería prestar más atención a guionistas peruanos con historias interesantes sobre la realidad nacional, no solo se tiene que proyectar remakes de telenovelas y series de otros países. El Perú es un país con mucho que mostrar, muchas personas se informan comúnmente por televisión, de todas clases sociales y no es justo que el estilo de vida de un solo grupo social sea el que se muestre como el peruano conjunto.
La solución no puede ser tan drástica, como la expropiación en el gobierno de Velasco, se cae en el riesgo de cometer los mismos errores. Lo que se debería promover es una alianza social. Lograr que los medios privados comprendan la situación educativa, que entiendan que sí su interés es simplemente ganar dinero, pueden invertir en cultura nacional. Pensar en una televisión que muestre todo lo que tiene el Perú en programas de todo tipo, saber que no necesitamos de los enlatados extranjeros para mantener audiencia, al estilo de Japón, producir programas que nos permitan reforzar nuestra identidad y entender lo que es ser peruano.



[1] PISCITELLI, Alejandro. Nativos digitales. Contratexto N°16. Lima: Fondo Editorial de la Universidad de Lima.
[2] QUIROZ, María Teresa. La edad de la pantalla. 2008. Lima: Universidad de Lima
[3] VIVAS SABROSA, Fernando. En vivo y directo. Lima: Universidad de Lima. 2001.
[4] BARBERO, Jesús Martín.  Televisión y melodrama. 1992. Bogotá: Tercer Mundo.
[5] FOWKS, Jacqueline. Suma y resta de la realidad. 2000. Lima: Fundación Ebert.
[6] PROTZEL, Javier. Procesos interculturales. Texturas y complejidad de lo simbólico. 2006. Lima: Fondo Editorial de la Universidad de Lima
[7] Decreto Legislativo N° 19020 del 9 de noviembre de 1971. En Normas Legales Lima, Volumen 61, p. 247
[8] PERLA ANAYA, José. La radiotelevisión: espectro de poder y del futuro. 1995. Lima: CICOSUL
[9] GIACOSA, Guillermo. “La TV y su papel en la lucha entre ‘el bien y el mal”. En: Le Monde diplomatique (edición peruana) Año II, Número 13, Mayo de 2008.

2 comentarios:

  1. Me parece bien tu publicación,todo comunicador no debe perder el enfoque, sobre todo el de EDUCAR,que es lo que se ha perdido.

    ResponderEliminar
  2. Me parece bien tu publicación,todo comunicador no debe perder el enfoque, sobre todo el de EDUCAR,que es lo que se ha perdido.

    ResponderEliminar