Fue la primera vez que viví un terremoto. No puedo compararlo con lo que pudieron sentir los iqueños, pero, en serio, fue terrible. Es una lástima que se haya aprendido poco desde ahí. No sé si reírme de los que prefieren escribir "Temblorrrrr!" en Facebook en lugar de buscar refugio. Es necesario tener presente que nadie puede acertar la fecha exacta de un nuevo sismo y mucho menos la intensidad. Debemos estar preparados para todo.
Recuerdo que en los días que le siguieron al terremoto las réplicas me tenían tenso, hasta el pasar de un auto frente a mi casa me hacía saltar.
Ahora, es lamentable el estado de las ciudades afectadas. Han pasado cinco años y no perecen ese abandono. A ponerse las pilas, la corrupción del gobierno pasado tal vez tuvo la mayor culpa, pero, nuestra falta de prevención tiene su cuota importante.
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15 de agosto de 2007
Tenía 14 años y cursaba el cuarto
de secundaria. Mi profesora de inglés pidió formar grupos para preparar platos
extranjeros. Aquel 15 de agosto de 2007 me reuní con aquel grupo a preparar flan de zanahoria. A las 6:30 de la tarde me despedí de mis amigos y me dirigí
a casa. Caminaba pensando en la cena. De pronto vi como una torre de ladrillos
de una ferretería, ubicada a dos cuadras de mi hogar, caía. Luego, un vecino mío, un niño de cinco años, gritaba "temblor, temblor". "¿Por qué
gritas?", le dije.
Un terremoto de 7.9 grados en la
escala de Richter afectó al departamento de Ica. El epicentro se localizó a 40
kilómetros al oeste de Chicha Alta. El siniestro se registró a las 6 de la
tarde con cuarenta minutos y tuvo una duración de dos minutos con cincuenta y cinco
segundos. Fue uno de los terremotos más violentos ocurridos en nuestro país,
pero no el más catastrófico.
Me detuve. El movimiento era bastante brusco, no sabía qué
hacer. ¿Quedarme dónde estaba? ¿Correr a mi casa? La madre de mi vecinito llegó
donde estábamos, lo abrazó y besó. A mí ni caso me hizo. Corría atrás de ella.
Parado en una tienda decidí correr a mi casa. La tierra seguía moviéndose. Mi
madre acompañada de una vecina me vio de lejos, preguntó si era yo, no podía
verme bien, las luces de los postes y las casas estaban apagadas, tal vez un
cortocircuito en algún lado, no lo sé.
El terremoto dejó 595 muertos, 2 291
heridos, 76 000 viviendas destruidas e inhabitables y más de 431 mil
damnificados. Pisco, Ica, Chincha, Cañete y Huancavelica fueron las ciudades
más afectadas. La magnitud destructiva del terremoto también causó grandes
daños a la infraestructura que proporcionaba servicios básicos, como agua, luz,
saneamiento, educación, salud y comunicaciones.
Mi madre me abrazó y recién ahí
admití que me moría de miedo. Ella me contó que estaba apunto de calentar la
comida cuando todo comenzó. mientras lo decía, sentíamos que todo se
tranquilizaba. Mi perro ladraba y ladraba. "Vi una luz rara en el cuarto,
creo que se cayó el televisor", dijo mi hermano. A nadie le importó en ese momento. Felizmente, no era verdad.
En el distrito chinchano de Tambo de
Mora, el violento sismo destruyó las casas de adobe, mientras que las de
material noble fueron destruidas por una aparente licuefacción del suelo, ya
que se hundieron 2,1 metros sobre el nivel del suelo. La Reserva Nacional de
Paracas fue seriamente afectada, pereciendo numerosos lobos marinos y la
formación rocosa conocida como "La Catedral" quedó completamente
demolida.
Mi hermana lloraba. Una vecina,
que desde que conozco me cae mal por ser fanática religiosa, sugirió rezar en
grupo. Lo hice para tranquilizarme, debo admitir que funcionó. No soy muy
creyente, pero le agradezco a la religión el ayudarme a mantener la calma en
esos momentos difíciles. Desconocía aún los datos del siniestro. Había pasado
ya media hora y el esposo de mi prima llegaba de trabajar, la radio del carro
lo había informado. "Fue en Ica", dijo al llegar.
En Ica, parte de la iglesia del Señor
de Luren colapsó tras el movimiento sísmico al igual que el coliseo deportivo
de dicha ciudad. Lo mismo ocurrió en la iglesia de San Clemente de Pisco, que
se derrumbó mientras se realizaba una misa. Siendo el piano principal el que
obstruyo la salida principal al colapsar la base que lo sostenia en la parte
superior de la puerta. En el mismo Pisco, el movimiento sísmico destruyó la
Iglesia de la Compañía, antigua iglesia jesuita, ubicada a una cuadra de la
Plaza de Armas y la Iglesia de la Agonía en la plazuela Belén; los equipos de
rescate lograron encontrar a dos personas con vida, pero se cree que la mayoría
de los feligreses murió aplastada por los escombros. Cerca del 80% de esa
ciudad fue arrasada por la catástrofe natural e incluso imágenes de la
televisión mostraron decenas de cadáveres en las calles y plazas.
Comenté sobre el derrumbe de los
ladrillos, no sabía que mi vecina era la enamorada del dueño. Ella decidió
llamarlo por teléfono. Fue inútil. Las llamadas no entraban. Nadie podía
comunicarse con nadie. "Entra a la casa y llama del fijo", dijo mi
madre. "Pero, no hay luz", se lo recordé. Llamábamos a mi tía, a mi
padre, a mi abuelo, pero, nada, comunicarse era imposible. Los celulares eran
aparatos inservibles.
Las redes de telefonía fija y móvil
colapsaron, mientras que la Carretera Panamericana sufrió el colapso de los
terraplenes entre la zona denominada "Cabeza de toro" y la entrada a
Pisco por el distrito de San Clemente, lo que ocasionó la fractura y
desmoronamiento de la carpeta asfáltica y el agrietamiento de la zona que no se
deslizó, con desniveles de hasta medio metro, quedando dañada y dificultando la
movilización de vehículos hacia la zona. El puente Huamaní, sobre el río Pisco,
sufrió varios daños de consideración, imposibilitando la entrada a la ciudad,
obligando a los vehículos y personas a cruzar el río Pisco como medida
alternativa.
Cenamos entre velas. Saqué un
colchón y nos dormimos todos juntos en la sala sin habernos comunicado con mi
papá, que debió enterarse de lo sucedido en Perú por televisión. Estábamos
todos abrazados. Me percaté que mi madre no podía dormir. "¿Cómo estarán
en Ica?", me preguntó. "Espero que no tan mal", le dije.
Ica era un infierno.
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