1868. Una de las primeras medidas promovidas
por el emperador Meiji, que cambió la vida de los japoneses, fue la revolución
educativa. La educación primaria tenía que ser obligatoria, la intención era
crear ciudadanos leales al emperador, pero sobre todo a su patria. El plan de
estudios incluía matemáticas, lectura y escritura, composición, caligrafía
japonesa, historia de Japón, geografía, ciencia, dibujo, canto y educación
física, pero era el curso de educación moral el más importante, en el que se
buscaba crear japoneses patriotas a carta cabal. Por otro lado, en las
Universidades Imperiales, fundadas por Meiji, se buscaba crear ciudadanos
decididos que contribuyan a la modernización del país.
Cómo vemos, una buena educación es el
factor más importante en la evolución de un país. Más importante que aprender a
preparar un buen cebiche es comprender la situación en la que se encuentra el
sector educativo del Perú. Estudios internacionales indican que gran porcentaje
de niños peruanos no comprenden lo que leen. Sin embargo, sin necesidad de
estudios sabemos qué si se les pregunta a niños de diez años quién fue Miguel
Grau, muchos dudarán de su respuesta, sucederá todo lo contrario si la pregunta
responde a quienes son Paolo Guerrero o Joel
Gonzales.
“que los niños sean capaces de recordar el nombre y las
características de cientos de muñecos de Pokemón,
pero sólo pueden retener el nombre de un par de ríos en el mundo es un claro
indicador de que algo en la educación tradicional está fallando” [1]
Pero entendamos algo, la televisión es un medio con el cual convivimos desde hace décadas y qué nos sirve para mantenernos informados, entretenernos y aunque muchos lo nieguen, también para educarnos. Pero, el problema radica en el poco interés que muestran los grandes grupos televisivos de nuestro país por cumplir esta función. Claro, la Constitución de 1993, avala esa actitud. Según nuestra actual Carta Magna, los medios de comunicación trabajan como empresas y su función principal es el de entretener. Entonces, pedirle a la televisión que nos eduque ayudándonos a formar una identidad nacional es cómo pedirle a una empresa de galletas que nos venda betún.
Pero, desde la llegada de la televisión
a nuestro país, el novedoso sistema se convirtió en objeto de deseo para los
grupos de poder y sujeto de sospecha para el sector educativo. Se tenía que
aprovechar el poderoso nuevo medio de comunicación para llegar a donde el
Estado no podía ni quería llegar. Fue así que los contenidos informativos y
propagandísticos antecedieron al entretenimiento lúdico, hoy requisito
ineluctable asociado al éxito comercial de los programas. Resulta anecdótico
recordar que las primeras transmisiones ocurridas en 1958 hayan sido hechas
desde la sede del Ministerio de Educación. Esta paradoja se inscribe en una
tensa y ambigua relación, casi de amor-odio, que han sostenido desde siempre la
televisión y la educación en la pantalla nacional.
Curiosas
determinaciones
Es fácil para cualquiera decir que lo
que busca en televisión es encontrar programas de calidad que promuevan la
cultura. Decir que vemos documentales sobre las serpientes en Animal Planet o que somos seguidores del
programa de Marco Aurelio Denegri nos ubica en un hipócrita estatus de televidentes responsables. Por otro
lado, cuesta demasiado admitir que vemos el programa de chismes de farándula de
Magaly Medina, que -“inexplicablemente”- es uno de los más vistos desde hace
más de 15 años.
Cada vez que se ven encuestas sobre
preferencias televisivas o deficiencias de la televisión nacional, se observa
un deseo por los programas culturales. Pero, en Perú hay programas culturales
en televisión del Estado, todos con baja sintonía. Entonces ¿por qué nos quejan
de televisión basura cuando a la de
temática cultural no le toman la mínima importancia? Parece que la publicidad
juega acá su papel más importante.
“Los medios de
comunicación en general y la televisión en particular les permitieron a las
masas urbanas acceder a un consumo que llena su tiempo libre, ‘enseñándoles’
muchas cosas, proporcionándoles referentes para la conversación cotidiana, así
como fruición a través de estéticas y relatos efectistas, facilistas,
superficiales e inmediatos, muy distantes de la oferta cultural para las
élites”. [2]
Entonces, cómo hacer para que la televisión de nuestros tiempos deje de llenarnos su programación de programas ‘basura’ y pueda experimentar promoviendo la cultura, que dejen de creer que trasmitiendo documentales de la National Geographic cumplen su cuota de educación. Pueden aprender a educar desde un programa concurso o una serie de televisión, pero caen en el juego del dinero y la publicidad y toda buena intención de buena televisión se queda en eso, meras intenciones.
Nuestros
programas
Los diferentes programas de nuestra
televisión se han acostumbrado a cumplir ciertas características. Han buscado
entretener a su público, la mayoría de ellos ha perdido la identidad nacional,
basándose en formatos extranjeros de televisión, estereotipos y toneladas de
publicidad.
Por un lado están los programas cómicos
nacionales, la gran mayoría apelaron y apelan a jugar con temas fáciles, con
los que de alguna manera logran identificarse con muchos televidentes y así
hacerlos reír con chistes baratos y poco pensados, mezclado con bofetadas y llegar
así al corazón del pueblo.
La mayoría de los actores cómicos de
nuestra televisión no provienen de escuelas o talleres de teatro, simplemente
fueron “descubiertos por algún compadre a la vuelta de la esquina”[3], por
Augusto Ferrando u otro caudillo del humor. Otra de los errores que cometen es
la excesiva presencia de vedettes y bailarinas (no conozco al diferencia, pero
así se aplica) con poco talento para la actuación y el recurrente travestismo y
bromas sobre homosexualidad.
El machismo, la infidelidad, el
subempleo y la discriminación son los temas más recurrentes en los programas
populares de humor. Otros, como el de Carlos Álvarez, trabajan principalmente con
temas políticos, pero cae la mayoría de veces en el mismo modelo de los
anteriores. A diferencia de este último, ningún otro programa busca crear en
sus televidentes una crítica social mediante el humor. Se conforman con ser
vistos y publicitar cerveza y discotecas.
Por otro lado, están las series y
novelas, géneros que en nuestro país se han trabajado mucho, que no es igual a
haberse trabajado bien. El problema central es que muy pocas producciones
representan en sus ficciones la realidad nacional. Muchas escapan del ambiente
peruano y se inspiran en producciones norteamericanas o mexicanas, incluso en
los últimos años se han producido remakes de historias extranjeras. Además,
juegan con historias ya armadas, como el de la Cenicienta o La Bella y la
Bestia.
Por una parte están las telenovelas
juveniles, como Carmín y La AKdemia, las cuales plasman una
realidad superflua y clasista. Estas historias muestran a jóvenes materialistas
y a los que poco les importa el trabajo y la vida futura. Proyectan una
ideología poco compartida por la mayoría de los peruanos. Una situación cliché
es la presencia de una muchacha de ‘clase baja’ en una escuela de millonarios y
que oculta su verdadera realidad.
Una telenovela que hizo un intento
respetable de mostrar la realidad nacional en televisión fue Los de Arriba y los de Abajo. Rompió con
lo mostrado antes, los escenarios y personajes representaban varios aspectos originales
de la sociedad de la década del 90. La historia se centraba en un melodramático
cuadrado amoroso de dos muchachos de clase alta y otros dos de clase media
baja. Además, existían personajes como el provinciano superado, la provinciana
exitosa, el rico despilfarrador, etc. La telenovela no cae en la famosa
“resistencia[4]”
que indica Jesús Martín Barbero en uno de sus libros. En la historia tomaron
importancia eventos de trayectoria política y social: las estafas de CLAE, la
postulación de Susy Díaz y la corrupción y despotismo en el gobierno de
Fujimori.
En un momento, José Enrique Crousillat
produjo telenovelas con guiones extranjeros, al parecer por indicación del
gobierno de turno[5]. Luego de descubrirse los actos de corrupción
de Crousillat, su hijo y la gestión de Fujimori, la productora cerró y no se
volvieron a producir telenovelas con gran éxito comercial por un buen tiempo,
hasta la llegada del boom de miniseries biográficas sobre folclóricas,
cantantes de cumbia o futbolistas que en el momento se encontraban en su mejor
momento comercial. Cómo si hoy se hiciera una miniserie sobre Paolo Guerrero o
Kina. En nuestros días se están produciendo nuevas telenovelas, también con
guiones extranjeros con realidades muy distintas a la nuestra.
Un caso especial es el de Al Fondo hay Sitio, serie que busca, al
estilo de Los de Arriba y los de Abajo,
representar la realidad social peruana con las diferencias de clase, pero cae
en el uso de estereotipos y en la comedia barata, dejando de lado aquel primer
propósito. Tiene rotundo éxito en la pantalla peruana y propone, queriéndolo o
no, un “aprendizaje de roles sociales y la fijación de niveles de aspiraciones
personales, vale decir, de comportamientos que sirvan de modelos imitables”[6]
gracias a cómo los televidentes se identifican con los personajes.
Otros tipos de producciones fueron los
programas concurso y de entretenimiento conducidos por personajes como Augusto
Ferrando y su particular estilo para burlarse y humillar a los peruanos de
clase baja en el desaparecido Trampolín a
la fama; Laura Bozzo con un estilo parecido, pero en formato talk-show;
Gisela Valcárcel y Magaly Medina en el chisme y la habladuría; y Raúl Romero y
los chicos de Combate con su remedos de programas extranjeros, con los cuales
relegan a las propuestas culturales de la televisión del Estado.
Velasco,
un intento
Con el gobierno militar encabezada por
Velasco Alvarado, la televisión pasó a manos del Estado. La acción fue
sustentada por “razones de seguridad y por ser medios de educación masiva”.[7]
“Por primera vez, un régimen político peruano sustentaba las
potencialidades educativas de la televisión de forma explícita y argumentaba
que para que esa educación sea posible, el Estado debía controlarla, tanto en
su propiedad cuanto en su gestión, sus contenidos, su programación y hasta su
publicidad”. [8]
La intención de Velasco era el proponer
una programación educativa que eduque y fortalezca la identidad nacional, como
lo hizo Meiji con Japón años atrás. El autoritarismo del presidente provocó
desorganización en este aspecto, como la hubo en el Proyecto de Reforma
Agraria. Todo quedó en eso, intención. Al igual que ahora, la televisión no fue
pública, solo estatal, del gobierno.
Japón,
interesante propuesta
En 1950, el canal de carácter público e
independiente del gobierno NHK comenzó a emitir. Años después nace la primera
emisora privada, JOAX-TV. Para lograr una mayor difusión se instalaron varios
televisores en lugares públicos (como estaciones de tren o restaurantes), y se
logró una importante popularidad del sistema.
Durante los primeros años la mayor
parte de la programación de las cadenas eran programas internacionales. Pero a
partir de los años sesenta comenzó a aumentar la producción propia. En la
década de ochenta, más del 90% de los programas de televisión japonesa son
producidos en ese país. El desarrollo del sistema propició el lanzamiento, por
parte de NHK, de un segundo canal. Mientras que en el generalista emitiría
informativos, cultura y programas de entretenimiento, en el segundo canal
pasaría programación de carácter educacional.
Los japoneses deben pagar un impuesto
anual para mantener NHK, que varía dependiendo del método de pago o del tipo de
recepción de la señal, algo parecido a lo que se hace en Perú con la televisión
codificada.
Japón y su programación buscan, de
alguna forma, promover su cultura. Los programas no se basan en formatos
extranjeros, en cambio, muchas veces venden sus formatos.
Conclusiones
Lo primero que tiene que hacer la televisión
peruana es dejar de lado ese tema de la violación de la libertad de expresión y
cosa parecidas, el pedirles que muestren programación de calidad y que busque
representar la realidad nacional no tiene nada que ver con eso.
En los países “del primer mundo” educar
es una de las funciones centrales de las televisiones públicas y un componente
esencial para la dar licencias a televisoras privadas, lo que supone un marcado
compromiso. En el Perú, sin embargo, a
partir de la devolución de los canales y radios a sus antiguos concesionarios
luego de la expropiación que hiciera en nombre del Estado el Gobierno de las
Fuerzas Armadas entre 1968 y 1980,
sumado a lo que dice nuestra Constitución (“los medios de comunicación son
empresas…, su función es entretener) se asume que el rol educativo se vuelve
deber exclusiva de los medios públicos y que los medios privados no tendrían por
qué preocuparse de ese aspecto. La televisión pública peruana por su lado, no
parece pública, es estatal y de gobierno, muchas veces cae solo en justificar
los actos del presidente de turno cuando tiene propuestas interesantes en su
programación y no los publicita como debería.
“Para tener una TV
pública atractiva que “informe, inspire y eduque” y, además, desde su
independencia y pluralismo contribuya a crear valores que consoliden el tejido
social dándonos un sentimiento de pertenencia crítica a la sociedad de la que
somos parte, son necesarias tres cosas: educar, educar y educar. Para ello la
televisión tiene un papel fundamental que debería articularse armoniosamente
con las instituciones educativas de la sociedad y con todos los sectores
preocupados por el bienestar general, por el crecimiento intelectual de la
población y por el mejoramiento de la calidad de vida, más allá de sus intereses
particulares o sectoriales”.[9]
Tenemos que revalorar el papel de la televisión como medio de educación, si se le sigue tratando como un complejo aparato de anti-entrés y relajamiento, su uso se convertirá en una suerte de cadena cerrada, donde un eslabón son los malos programas; otro, los malos televidentes; otro, la publicidad; y otro, el mal concepto de educación.
A veces, como mencioné al inicio, se
cree que en la televisión peruana no muestra programas culturales, cosa
errónea, sí lo hace, pero no son vistos por muchos. En el canal del Estado,
existen programas sobre arte, turismo, literatura, etc. que cuentan con baja
sintonía, cosa contraria ocurre con los programas culturales extranjeros y
nacionales de televisión codificada, los cuales cuentan con grandes
auspiciadores. De este modo, hacer televisión que eduque y permita crecer en
nuestra identidad tampoco tendría que entenderse como un acto de filantropía,
sino como un rentable negocio con el que productores, consumidores y
anunciantes, convivan felices en pos de brindar una mejor televisión.
Por otro lado, lo que consta a producciones de
ficción, se debería prestar más atención a guionistas peruanos con historias
interesantes sobre la realidad nacional, no solo se tiene que proyectar remakes
de telenovelas y series de otros países. El Perú es un país con mucho que
mostrar, muchas personas se informan comúnmente por televisión, de todas clases
sociales y no es justo que el estilo de vida de un solo grupo social sea el que
se muestre como el peruano conjunto.
La solución no puede ser tan drástica,
como la expropiación en el gobierno de Velasco, se cae en el riesgo de cometer
los mismos errores. Lo que se debería promover es una alianza social. Lograr
que los medios privados comprendan la situación educativa, que entiendan que sí
su interés es simplemente ganar dinero, pueden invertir en cultura nacional. Pensar
en una televisión que muestre todo lo que tiene el Perú en programas de todo
tipo, saber que no necesitamos de los enlatados extranjeros para mantener
audiencia, al estilo de Japón, producir programas que nos permitan reforzar
nuestra identidad y entender lo que es ser peruano.
[1] PISCITELLI, Alejandro. Nativos
digitales. Contratexto N°16. Lima: Fondo Editorial de la Universidad de
Lima.
[2] QUIROZ, María Teresa. La edad de la pantalla. 2008. Lima:
Universidad de Lima
[3] VIVAS SABROSA, Fernando. En vivo
y directo. Lima: Universidad de Lima. 2001.
[4] BARBERO, Jesús Martín. Televisión y melodrama. 1992. Bogotá:
Tercer Mundo.
[5] FOWKS, Jacqueline. Suma y resta
de la realidad. 2000. Lima: Fundación Ebert.
[6] PROTZEL, Javier. Procesos
interculturales. Texturas y complejidad de lo simbólico. 2006. Lima: Fondo
Editorial de la Universidad de Lima
[7] Decreto Legislativo N° 19020 del 9 de noviembre de 1971. En Normas
Legales Lima, Volumen 61, p. 247
[8] PERLA ANAYA, José. La radiotelevisión: espectro de poder y del futuro.
1995. Lima: CICOSUL
[9] GIACOSA, Guillermo. “La TV y su papel en la lucha entre ‘el bien y el
mal”. En: Le Monde diplomatique (edición peruana) Año II, Número 13, Mayo de
2008.
Me parece bien tu publicación,todo comunicador no debe perder el enfoque, sobre todo el de EDUCAR,que es lo que se ha perdido.
ResponderEliminarMe parece bien tu publicación,todo comunicador no debe perder el enfoque, sobre todo el de EDUCAR,que es lo que se ha perdido.
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